- Ya pueden venir, los tigres, con sus garras !

- No hay tigres en mi planeta -había objetado el principito-, y además los tigres no comen hierba.
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- He sido tonta- le dijo al fin. - Te pido perdón. Procura ser feliz.

Él se sorprendió por la ausencia de reproches. Se quedó ahí desconcertado, con el globo en el aire. No comprendía esa calma dulzura.
- Pero sí, te quiero- le dijo la flor. - No lo supiste, por mi culpa. Eso no tiene ninguna importancia. Pero tú has sido tan tonto como yo. Procura ser feliz... Deja ese globo tranquilo. Ya no lo quiero.
- Pero el viento...
- No estoy tan resfriada.... El aire fresco de la noche me hará bien. Soy una flor.
- Pero los bichos...
- Debo soportar dos o tres orugas si quiero conocer a las mariposas. Parece que es hermoso. Si no, quién habrá de visitarme ? Tú estarás lejos. En cuanto a los animales grandes, no les temo. Tengo mis garras.
Y mostraba cándidamente sus cuatro espinas. Luego agregó:
- No des más vueltas, es irritante. Has decidido partir. Vete.
Porque no quería que la viera llorar. Era una flor tan orgullosa...
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-Quinientos un millones seiscientos veintidós mil setecientos treinta y uno. Yo soy un hombre serio y

-¿Y qué haces con esas estrellas? -¿Que qué hago con ellas?
-Sí.
-Nada. Las poseo.
-¿Que las estrellas son tuyas?...
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- Bebo – respondió el bebedor, con aire lúgubre.
- Por qué bebes? – le preguntó el principito.
- Para olvidar – respondió el bebedor.
- Para olvidar qué? – inquirió el principito, que ya lo compadecía.
- Para olvidar que tengo vergüenza – confesó el bebedor bajando la cabeza.
- Vergüenza de qué? – se informó el principito, que deseaba socorrerlo.
- Vergüenza de beber! – concluyó el bebedor que se encerró definitivamente en el silencio.
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"Debería no haberla escuchado -me confió un día-,
no hay que escuchar nunca a las flores. Hay que mirarlas y olerlas. La
mía perfumaba mi planeta, pero yo no sabía alegrarme con
ella. Esa historia de garras, que me había irritado tanto, debería
haberme enternecido..."